¡Atención! El texto no intenta espinar a los que prefieren no dejar su hotel durante los 14 días de su all-inclusive ni ofender los fans del coctel Cuba Libre.
El 2020 le modificó las vacaciones al mundo entero, pero no vale la pena quedar abatidos. En caso de que en poco de melancolía se integró en su lista de tareas este viernes, júntenos en un recorrido a La Habana, a descubrir las frescas cascadas tropicales, visitar el pueblito cubano y perseguir la caída del sol en la autopista A1.
La básica matriz asociativa que surge al hablar de Cuba son los puros, el ron, Che Guevara y las mujeres calientes. Completamente correcto. Pero es algo parecido a estar tomando solo la corona de la cerveza y dejando la copa llena. Los lectores de LACRUS no hacen eso.
Si está planeando un viaje a Cuba, comience su aventura en La Habana. En cuanto al hotel, Meliá Habana en Miramar es una gran opción. Esta limpio, tranquilo, espectacular y se desayuna bien rico. Fruta fresca, prosciutto, camarones y huevos revueltos seguro que estarán a su disposición. Podrá alquilar un coche y usar el servicio de bus-shuttle al centro. Para seguir en línea, compra un número local en la oficina de ETECSA (Cubacel) frente al hotel. Al haber aguantado la fila seguro que tendrá sed, lo que podrá remediar con un jugo de maracuyá por solo unos 20 centavos de dólar en la tiendita de la esquina.
Una vez remediado el jetlag con melatonina, buen sueño y desayuno, comienza la aventura habanera. Con el húmedo calor seguramente sudará como en el sauna finlandés, así que esté preparado y con ropa apropiada. Y no vaya a olvidar su botellita de agua: con la constante interrupción de suministros será no tan fácil encontrar una tienda con agua embotellada, pero seguro que tendrá que hacer cola. La regla número uno es saber planear.
Capítulo 1. Un día en La Habana
La Habana tiene más de 500 años y guarda los secretos de conquistadores españoles, comerciantes y aventureros europeos, ocupantes estadounidenses, mafiosos y sibaritas, revolucionarios patriotas, consejeros idealistas, creadores destacados y millones de pequeñas vidas. Todas estas huellas han marcado la imagen de la ciudad: en su arquitectura se entrelazan el colonialismo, el barroco latinoamericano, el neoclasicismo, el estilo moderno y el constructivismo.
Hoy en día, muchos edificios están en terrible condición y requieren costosos trabajos de reconstitución y mantenimiento. Los barrios centrales de La Habana parecen rincones perdidos, en los que detrás de las fachadas antes lujosas pasa la vida cubana con un salario mensual de 40 dólares. Gracias a la arquitectura excepcional, el centro de la Habana fue nombrado un sitio del patrimonio de la UNESCO en el 1982.
Pero de todo esto lo cuentan en la guía turística, y solo tenemos un día. Vale la pena comenzar en la parte este del centro, en un pequeño mercado no lejos de la Plaza de las Armas. Es todo un tesoro para los aficionados de libros antiguos o raros, carteles auténticos y antigüedades no muy pretensiosas. No pierda aquí la oportunidad de regatear un poco y escuchar las historias de vendedores locales, la de la coreógrafa de ballet del Gran Teatro de la Habana o la del ex-ingeniero con opiniones políticas bien liberales.
Siguiendo el paseo por las calles de La Habana Vieja, pasé por unos abanicos en la Casa del Abanico de la calle Obrapía. El accesorio sofisticado será bien útil a lo largo del viaje y hará buen recuerdo. Tampoco vaya a perder la tienda del lado: ahí venden una increíble miel tropical y 100% orgánica, con suaves notas de mango. Apoye a las abejitas cubanas, a menos que sea alérgico.
¿Hambre? Por desgracia, aquí no hay ‘food-courts’. Toma agua, es bueno para la salud y Fidel Castro lo hubiera aprobado… Hay una historia relacionada que ocurrió en el apogeo de la crisis alimentaria de principios de los noventa. Un cubano, en directo de la televisión, se quejó a Fidel Castro de lo hambriento que estaba. El Comandante le ofreció un par de vasos de agua y volvió a preguntarle si seguía hambriento. La respuesta fue negativa, a lo que Fidel Castro constató que era sed, no hambre, y le dejo ir, recomendando no quejarse más. Aunque, sinceramente, el colapso de la Unión Soviética afectó a Cuba con un descenso de novel de vida notable.
Afortunadamente, el turista relajado está a salvo, ya que desde el 2010 han aparecido cafeterías y ‘paladares’ privados. Hay lugares lindos en la calle Aguiar. Por ejemplo, Le Petit, el primer piso del cual acoge una esquina de diseñadores locales especializados en lino. Además, al lado encontrará una galería de arte con varios estilos y grados de habilidad artística.
Por cierto, no espere mucho del café cubano ni de la gastronomía en general… Por alguna razón, aquí todo está muy refrito y el café súper tostado. Hablando de comida, elija algo simple y, preferiblemente, a la parrilla. Langosta, pulpo, camarones y pollo son los que no les causan dificultades a chefs locales. Con lo que la cosa va mal, es la carne: tanto en cuestión de su calidad, como en la de preparación.
Además, no se deje engañar con el mojito de La Bodeguita del Medio y simplemente sálvese de las malas emociones. Seguro que eso no es lo que solía beber Hemingway en sus días en La Habana. Por desgracia, la tecnología se ha perdido debido a los flujos turísticos masivos. En cuanto al Cuba Libre, la bebida con ron más comercializada… Es todo un insulto a los sentidos de la bebida noble y una vía directa a la diabetes (o al menos algunos kilos extra).
Terminado el almuerzo, es hora de conocer el Capitolio, la dominante arquitectural de la ciudad y el kilómetro cero de Cuba. Esta réplica exacta del edificio en Washington fue erigida en 1929 y restaurada para del 500 aniversario de La Habana en noviembre de 2019. A propósito, la cúpula fue cubierta de oro ruso. El orgullo local es la altura del Capitolio: unos cuantos centímetros más del estadounidense.
Esta zona es perfecta para disfrutar el atardecer y unos cócteles en la terraza del Hotel Parque Central. El hotel está saturado con el olor a tabaco y la elegancia colonial un poco mal mantenida, con impresionantes vistas desde el piso superior. Tome en cuenta, que no tiene que ser huésped para poder ingresar.
Cuando a las bebidas, la regla ‘entre mas simple, mejor’ al igual se aplica aquí: pida un ron de ocho años con jugo de piña natural (sin que le añaden azúcar). Complemente la tarde con un buen purito y disfrute el atardecer viendo volar los inquietos pájaros sobre el Parque Central. Si de repente vera un espeso humo negro por detrás del Capitolio, no se preocupe… Es por causa de una de las centrales eléctricas con falta de mantenimiento: el equipo ya está casi fuera de servicio y el combustible utilizado es el petróleo crudo cubano.
Por cierto, el centro de La Habana está muy contaminado… Los coches antiguos y el combustible de baja calidad hacen su trabajo. Incluso es difícil respirar en los días sin viento.
Si las fuerzas no le han dejado, comienza la hora de la fiesta. La Habana es una ciudad segura que despierta por la noche, lo básico es tener cuidado y no llevar puestos todos los Rolex que tenga. Si lo que busca es bailar, hay dos opciones principales: la Fábrica de Arte Cubano (en el camino de regreso a Miramar) o el pequeño antro clandestino en la calle Aguiar. En ambos casos, el acceso se cobra, pero en el segundo, también se requiere una invitación. Para conseguirla, encuentre a su guía en las calles de La Habana nocturna que le hará sentir héroe del “El lobo estepario” de Hermann Hesse. Si tiene suerte, él mismo lo encontrará.
Escogiendo la Fábrica de Arte Cubano, conocerá a los ‘niños fresa’ y la clase creativa de Cuba, aprenderá un poco del arte contemporáneo local, participará en un performance y por unas horas dejará la idea del socialismo cubano, con su escasez y encanto devastado. Vale la pena conocer la Fábrica de Arte Cubano el viernes ó sábado, a la hora que el lugar clandestino de la calle Aguiar está abierto todas las noches (lo que aumenta el chance de conocer a su guía).
Lo más probable es que tras un día así, lo único que desea es descansar. En cuanto a su logística al hotel cuando ya está bien tarde, hay dos opciones: a pie y en taxi. Francamente, a las calles les falta iluminación por lo que crecen los riesgos de torcer unos tobillos, por eso mejor vaya por la opción del taxi. Pero puede que no haya uno cerca. Por tanto, sea proactivo y de antemano pídale una tarjeta a cualquier taxista que conozca durante el día. Otra opción es contactar su hotel. En Cuba valoran el dinero más que el tiempo, por lo que incluso a las cuatro de la mañana no tendrá que dormir en el Malecón.
Claro que habrá una continuación: descubriremos cómo alquilar un coche (sobrepasando la escasez y listas de espera), por qué una playa LGBT es mejor que las de Varadero, conoceremos la razón de no comprar puros en la esquina y viajaremos hasta el ‘R2D2’ en una dimensión mil veces mas grande del original.